Hola, soy Irene y soy enfermera de UCI. Me encanta mi trabajo y creo que soy una afortunada por haber podido estudiar y dedicarme a lo que más me gusta: ayudar y cuidar a los demás. Porque sí, porque aunque me hayas oído quejarme por los turnos de noche infernales, por las mil incidencias para cubrir, por las no vacaciones de cada año o por la incertidumbre de los contratos, me sigue gustando mi trabajo. Y es que hasta en los momentos más difíciles a nivel personal el ir a trabajar me ha salvado a mí misma, dicen que es vocación y no se equivocan.
De un día para otro todo ha cambiado, de un paciente con covid19 pasamos a catorce y de catorce a cincuenta, te sacan de “tu UCI” a una improvisada que se ha montado en un par de días, y yo, con esa inseguridad que escondo día a día y el miedo que nos acompaña a todos estos días, me veo rodeada de compañeros que conozco de vista de los pasillos con ganas de ayudar, preguntándome dudas porque soy la veterana, yo… la veterana… No sé cómo, pero adiós inseguridad y miedo y hola a tirar para adelante. Me veo organizando, multiplicándome para ayudarles y dando ánimos, porque todos hemos tenido un primer día en UCI, un primer día con ventiladores, hemofiltros, ruidos de alarmas que te sobresaltan, el primer ingreso o el primer paciente que se va… Sé lo que se siente y tenemos que ayudarnos entre nosotros, la solidaridad que está apareciendo estos días es increíble y es que vuelvo a comprobar que en los peores momentos, siempre sale lo mejor de cada uno. Los días y los turnos son una montaña rusa y al igual que un día tiras de los demás y das ánimos, en otro momento los ánimos los necesitas tú. Han pasado unos días pero aún no me quito de la cabeza esa mañana, esa mañana en la que no pude hacer nada más por él, solo pude agarrarle la mano durante sus últimos momentos y llorar en silencio detrás de unas gafas y una mascarilla, porque para decir adiós ninguno estamos preparados. A veces los turnos son así, el estrés y el cansancio se mezclan con la rabia y la impotencia de no poder hacer más. Pero ahí estaban mis compañeros, esos que empezaron el turno con miedo y pidiéndome permiso para hacerme dos mil preguntas, que ni siquiera me sabía sus nombres y que terminaron mirándome y diciéndome con pocas palabras lo que necesitaba, me dieron el ánimo y consuelo que necesitaba en ese momento.
Porque en esto estamos todos a una, si uno cae, el otro le levanta y le anima a seguir, porque en esta montaña rusa todos tenemos días malos y días buenos en los que lloras pero de alegría al ver que mejoran o se van de alta, en los que a pesar de todo sacas un hueco para reírte de las pintas que llevamos con las batas y mascarillas o de las marcas que nos dejan las gafas. Porque no sé los demás pero yo creo que el “poder” que nos dan las batas y las mascarillas es el de quitarnos el miedo o la inseguridad, nos aportan una fuerza que no sabemos cómo hace desaparecer el cansancio y nos mantiene todo el turno de pie, al pie del cañón, sin apenas tiempo para beber, comer o ir al baño.
Pero al quitarnos las batas todo vuelve a ser como antes, a mí me vuelve el miedo, el miedo a contagiar a los míos, a que enfermen y no poder estar con ellos y empiezo con mi “protocolo de limpieza”, me vuelven las inseguridades de si de verdad hice todo lo que pude o podía haber hecho algo más, aparece el cansancio y el estrés, ese que no te deja dormir por las noches, cada noche me despierto con la misma pesadilla, soy yo la que está ingresada en una esquina del hospital de campaña y llamo llorando a mis compañeros para que no se olviden de mí.
Al final somos personas normales, como tú, con sentimientos y emociones que necesitamos expresar, que hacemos nuestro trabajo lo mejor que podemos y que además nos encanta lo que hacemos. Así son los días en el hospital, en mi segunda casa rodeada de mi segunda familia, mis compañeros.
Artículo escrito para la iniciativa en twitter #Lavozdelasenfermeras impulsada por Yolanda Guerrero